Evan ha sido siempre un hombre con un gran autocontrol, pero cuando empieza a perderlo de verdad, aparece Olivia con sus consejos, consiguiendo sugerencias de inversiones por cortesía de las princesas y la reina, a las que visita mediante su mantita preferida: su Guu-gaa. Bajo la dirección de Olivia y sus amigos imaginarios, Evan se ve de pronto sumergido en un mundo de dragones y otras criaturas mágicas, la mayoría de las cuales resultan ser menos peligrosas que algunos de sus compañeros de trabajo. Se encuentra cantando y bailando en público, comiendo crepes cubiertos de ketchup y mostaza, y riéndose con Olivia hasta bien entrada la noche, y a la vez prosperando en su trabajo.
La necesidad cada vez mayor de Evan de ascender hasta los puestos más altos del escalafón de su empresa le llevan a hacer algunas cosas insensatamente infantiles. También hace que pierda de vista qué es lo más valioso en su vida. Al final, aprende que el verdadero éxito no puede encontrarse en una cartera de acciones.
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